Isabella Eklöf pincha con la adaptación de la novela de Kim Leine, sobre la vida de un enfermero danés que sufrió abusos durante la adolescencia por parte de su padre. El desarrollo de su vida adulta en Groenlandia, en el que se centra la película, avanza por escenas que pretenden impactar al espectador sin aportarle nada más.
Kalak nos cuenta la historia de Jan, un enfermero que sufrió abusos sexuales de su padre cuando era adolescente. De mayor, casado y con hijos, trabaja en Nuuk (Groenlandia). Paisajes extremos para localizar una personalidad doliente que trata de hallar una conexión con la cultura local a través del sexo. Una búsqueda que también lleva a lo personal, ya que se enreda en una relación tras otra en lo que a todas luces es una búsqueda desesperada de cariño y estabilidad sentimental.
En groenlandés, Kalak es una palabra que tiene doble significado: por un lado denota a un groenlandés «verdadero», pero también a un «sucio». Jan usará el calificativo como una insignia de honor. Sucio es como se siente él, arrastrando las marcar de un abuso que no ha superado. El espectador asiste a su dolor y a sus torpes intentos de sanar, pero no logra conectar en ningún momento con el personaje.
El principal problema de Kalak lo encontramos en su guión. Confía en que el espectador empatice con el protagonista conociendo su desgraciada experiencia, pero no le da más asidero que ese. Asistimos al comportamiento ensimismado de Jan, a sus desmanes y sus adicciones, pero todo quiere ser tan aséptico que acaba siendo poco sugestivo. Tampoco ayuda el entorno y la forma de incluirlo en la historia. Tan frío, tan inhóspito, como el hogar familiar de Jan. Al final, la narración se convierte en una unión de escenas en las que el personaje se va deteriorando sin un control de la narrativa, que es lo que, al fin y al cabo, construye una película.

