[72SSIFF] ‘Tardes de soledad’: Albert Serra acacheta al Zinemaldia

Sirva como introducción el decir que, si dependiera de mi, las corridas de toros estarían erradicadas. Como cualquier práctica que conlleve el maltrato de una animal por diversión. Pero aquí hemos venido a hablar de cine.

Albert Serra, enfant terrible del cine, ha presentado esta Tardes de Soledad, con la que concursa por la Concha de Oro. Se trata de un documental sobre, o desde, el toreo a partir de Andrés Roca Rey. En ella, el realizador se aleja de proyectos estilísticamente más elaborados, para optar por el acercamiento al toro y al toreo desde la más sangrienta cercanía. Sobre todo en su acercamiento al toro. La película no pretende un posicionamiento en el debate antitaurino. Es más: es posible que de argumentos a ambas partes.

Más pendiente del animal que del humano, Serra plantea la película con escenas mayormente de corridas de toros, con planos muy cerrados centrados sobre todos en el animal. De hecho hay tomas en las que bien el torero o bien el toro quedan fuera de plano. La plasticidad del cuerpo del torero enfrentado a la muerte agónica de un animal. A su alrededor, público y cuadrilla jalean al humano, maldicen al animal. Se impacientan. Quieren faena (¿o acaso sangre?). Se le supone al toreo algo poético y Serra juega a demoler esa suposición. Hay demasiado sufrimiento inútil como para que quepa la poesía. Aunque eso también puede depender de los ojos con que se mira la película.

Es cierto que lo que rodea al toreo, desde la preparación del torero, a la vuelta al ruedo tiene algo muy cinematográfico. Quizás por ello Serra las reduce a la mínima expresión. Vemos, sí, escenas de como se viste a Roca Rey, o como se despoja del traje de luces ensangrentado. Pero es más un recurso de contextualización que argumental. Lo que sí se repite es la vuelta al hotel tras una corrida, filmada dentro del furgón que les lleva de regreso. La exaltación del torero, de su hombría y su buen hacer. También parte del ritual, claro. Cuando el torero no está sale a la superficie la amargura del que iba para torero y se ha quedado en banderillero.

En conclusión, la cinta es un espectador más de cada herida y de cada movimiento de capote. No se celebra, no se denuncia. Una película difícil por esa decisión de casi continuamente cerrar el plano. Porque es demasiado y porque es real. La película no filma el toreo. Serra y su director de fotografía, Artur Tort, filman al animal y a quien le ha de matar. El trabajo más austero del Serra reciente es un salto mortal sin red del que sale bien parado.

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