Hugh Grant cambia de registro en un thriller que pierde filo en su final.
Hay algo desconcertante en ver a Hugh Grant en Heretic (Scott Beck, Bryan Woods). Estamos acostumbrados a su sonrisa irónica, a esa mezcla de encanto torpe y cinismo elegante que definió sus comedias románticas (Cuatro bodas y un funeral, Notting Hill, Love Actually). Aquí, sin embargo, Grant cambia de registro por completo: su personaje tiene un magnetismo sombrío, ambiguo, casi hipnótico, que se sostiene en su carisma pero da un paso más allá. Es uno de los grandes atractivos de la película y, sin duda, uno de sus mayores hallazgos.
El arranque de Heretic invita al entusiasmo. El guion, del que también son responsables Scott Beck y Bryan Woods, está bien medido (al menos en su primera mitad). Se intuyen las aristas del humor negro, un juego de poder soterrado, diálogos con doble filo. La dirección, aunque algo rudimentaria en lo visual, consigue construir tensión con pocos recursos: sabe cuándo dejar que los silencios incomoden y cuándo apretar el ritmo con la música o el encuadre. No resulta brillante ni especialmente sofisticada, pero sí efectiva. Además, el reparto femenino brilla. Sophie Thatcher y Chloe East consiguen una química cargada de matices, con esa ingenuidad infantil tan impostada y tan pastoral. Hay algo muy logrado en cómo alternan el miedo con la incredulidad y la furia contenida. Sus miradas sostienen la tensión incluso cuando el guion empieza a dar señales de flaqueza.
Pero el problema de Heretic llega en su último acto. Allí la película parece traicionar sus mejores armas: el humor negro y el tono retorcido ceden terreno a un drama más convencional, casi solemne. Los personajes se desdibujan, pierden esa chispa maliciosa que los hacía imprevisibles. El guion, que hasta entonces había sugerido dilemas ambiguos, opta por soluciones más planas. Da la sensación de que la historia ya no confía en su propio filo. Es frustrante porque Heretic demuestra en su primera parte que podía haber sido algo más incómodo, más memorable. Lo que empieza como un perverso juego de máscaras termina convertido en un clímax que parece pedir disculpas por su maldad inicial.
Aun así, vale la pena por ver a Hugh Grant salirse del molde y por las dos protagonistas, que sostienen el tipo incluso cuando la historia empieza a hacer aguas. Heretic arranca con mucho potencial y no tiene miedo de ensuciarse las manos al principio, pero termina eligiendo un camino más seguro y predecible. Al final deja la sensación de que pudo ser un thriller mucho más retorcido y memorable, pero se conforma con ser correcto.


