[AFF2025] «BEING MARIA»: el vacío detrás del mito

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El rostro de Maria Schneider vuelve a la pantalla en Being Maria, pero lo hace a través del filtro opaco de una ficción que, paradójicamente, no termina de verla. La actriz que se atrevió a mirar al monstruo —y al cine, en su forma más cruel— merecía una historia con más ángulo, con más memoria. O, al menos, con más alma.

Anamaria Vartolomei & Matt Dillon – Being Maria

La protagonista de la cinta, Anamaria Vartolomei (a quien últimamente hemos visto en Mickey 17 y es la recordada protagonista de El acontecimiento, de Audrey Diwan), sostiene el papel con una entrega contenida, más madura que intensa. Y, si bien despliega un registro introspectivo muy creíble, este resulta algo constreñido por un guion que insiste en la distancia. El problema no reside en su interpretación, sino en que la película no sabe si acercarse o construir desde lejos, y acaba quedándose en ese limbo emocional en el que el personaje sufre… pero nosotros, sobre todo en la primera mitad de la película apenas lo sentimos.

Matt Dillon, en el papel de Brando (sin serlo), se contiene. Demasiado. Elude el mimetismo fácil —y eso es de agradecer—, pero le falta el aura magnética que podría haber hecho creíble su presencia en esa pesadilla compartida. Ni su interpretación ni el guion lo elevan a la altura simbólica que necesita. En la tristemente famosa «escena de la mantequilla», Dillon no encuentra el tono de Paul/Brando. Además, el acercamiento visual en dicha escena de la realizadora, Jessica Palud, si bien se centra en Vartolomei/Schneider, logra una especie de exculpación, al dejar a Dillon en un segundo plano. El retrato de Schneider alcanza más profundidad cuando se aleja de Bertolucci, su película y de Brando.

En lo formal, Being Maria es correcta, pero plana. La insistencia en el uso de una banda sonora, compuesta por Benjamin Biolay, dramática pero demasiado presente, tampoco ayuda. La dirección artística reproduce los años 70 con cierta pulcritud, pero sin riesgo ni estilo. No hay una lectura visual que replantee el mito, ni un punto de vista que desestabilice la narrativa dominante. Salvo el trabajo de Vartolomei, todo queda en la superficie: en el gesto, en el vestuario, en la recreación.

La directora parece debatirse entre el homenaje, la denuncia y el retrato íntimo, pero no se decide por ninguno. Y en ese vaivén, la figura de Schneider se desdibuja una vez más. Como si ni siquiera en la ficción pudiera recuperar su voz.


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