[AFF2025] «Le Mohican»: el orgullo no está en venta

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En los últimos años, el cine francés ha redescubierto Córcega, no como postal turística sino como escenario de tensiones muy reales: territorio en disputa, atravesado por conflictos entre tradición y modernidad, propiedad y especulación, orgullo y crimen organizado. Le Mohican, dirigida y escrita por Frédéric Farrucci, se inscribe en esa corriente y lo hace con una historia que evoca el enfrentamiento clásico entre David y Goliat.

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La película nos sitúa en la Alta Rocca, cuyas montañas y paisajes —capturados con una luz casi mítica por Jeanne Lapoirie— se convierten en personajes en sí mismos. François, el protagonista (interpretado con firmeza por Alexis Manenti), se resiste a vender la parcela de tierra que ha pertenecido a su familia durante generaciones. Lo que en principio es una negativa obstinada se transforma en un gesto de resistencia, un acto político casi involuntario frente a un sistema que busca arrasar con todo. François es ese “mohicano” al que nadie esperaba, el hombre que sin quererlo se convierte en referente moral. La trama avanza entre dos planos: por un lado, el conflicto social que implica no ceder al capital; por otro, la red de relaciones vecinales que se tensan entre lealtades, silencios y traiciones.

Farrucci construye un drama que combina con equilibrio el conflicto social (la presión inmobiliaria y las amenazas veladas) con las tensiones vecinales, las lealtades quebradas y la sombra omnipresente de la mafia. El guion, sin alardes, va directo al núcleo: la dignidad de quien no se vende al mejor postor. Junto a Manenti, destaca Mara Taquin como la sobrina del protagonista, aportando calidez y una mirada generacional distinta.

Más allá de su trama, Le Mohican brilla cuando abraza su carácter de película de género. Farrucci bebe de la épica del wéstern —ese hombre solo contra todos—, al tiempo que se apoya en una partitura de Rone que acompaña el ritmo del fugitivo y subraya la tensión sin subrayados excesivos. No es una obra perfecta ni pretende serlo, pero juega bien sus cartas: sólida, elegante, y con una fuerza contenida que hace que su historia resuene más allá de la pantalla.

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