Con 182 minutos de duración y una estructura episódica, La partitura (Sterben, 2024) podría haber sido uno de esos dramas familiares que se hunden en su propio peso. Pero Matthias Glasner —director y también autor del guion, premiado en la Berlinale de 2024— consigue lo contrario: una narración que respira, que se despliega sin prisa pero con tensión interna, y que logra mantener el pulso emocional de principio a fin.
La historia gira en torno a los Lunies, una familia rota por dentro, donde cada vínculo parece oxidado, incapaz de producir afecto. Lo que se representa no es el conflicto tradicional, sino algo más incómodo: la incapacidad emocional, la imposibilidad de conectar incluso con los más cercanos. Como una forma de mutilación sentimental traspasada de una generación a la siguiente, que se extiende también a sus relaciones con el mundo exterior.
El montaje —contenido, preciso, sin artificios— marca un tempo muy particular. No es una película lenta, pero tampoco tiene prisa. Esa cadencia intermedia permite que la tensión se acumule sin estridencias, que las emociones aparezcan sin que la película las subraye. El equilibrio entre las escenas de gran intensidad emocional y otras más livianas es uno de sus mayores logros: hace que el relato avance sin desfondarse.
La música, compuesta por Lorenz Dangel, no solo acompaña: dialoga con la narrativa y, en ocasiones, la protagoniza. Algunas de las escenas más hermosas del film están atravesadas por la partitura, que actúa como catalizador de aquello que los personajes no pueden decir. Como otra protagonista más del relato, el montaje sonoro, de la misma manera que el visual, no cae en lo empalagoso ni en la reiteración .
También destaca la fotografía de Jakub Bejnarowicz, que capta con sensibilidad tanto los espacios íntimos como los exteriores más abiertos, siempre con una mirada contenida. Y el reparto —tanto los protagonistas como los secundarios— está a la altura del reto: sin exageraciones, sin impostación. Y aunque todos hace muy buen trabajo, destacar los de Lars Eidinger, Corinna Harfouch o Lilith Stangenberg.
La partiturat es cine exigente. Pero también generoso: con sus personajes, con su historia y con el espectador. Una sinfonía amarga pero que no desafinan en ningún momento.

