Nuestra tierra, de Lucrecia Martel: la lucha por la tierra es la lucha de clases

Lucrecia Martel nunca se ha limitado a contar historias: disecciona tensiones, filma el rumor de las estructuras de poder. En Nuestra tierra, su primer gran documental en años, traslada su inconfundible sello al terreno de la no ficción sin perder un ápice de personalidad. La película, que tuvo su estreno mundial en el pasado Festival de Venecia, se ha presentado en el Zinemaldi dentro de la sección Horizontes Latinos.

Martel filma un conflicto concreto —el intento de desalojo de los miembros de la comunidad indígena de Chuschagasta, en el norte de Argentina, durante el que se asesinó al líder de la comunidad, Javier Chocobar. Tras nueve años de protestas, en 2018 se abre finalmente un proceso judicial— pero lo convierte en algo más amplio: un relato de lucha de clases en el que el territorio no es solo geografía, sino identidad y supervivencia. En su cine, la disputa por la tierra siempre ha sido, de manera soterrada, una disputa de poder; aquí se vuelve explícita.

La imagen, tratada con una minuciosidad que roza la artesanía, sostiene esa lectura. La directora vuelve a demostrar su oído privilegiado para el sonido ambiente —los murmullos, los ruidos que brotan de la propia naturaleza— y una mirada que combina distancia y cercanía: planos que capturan la dignidad de los protagonistas sin convertirlos en iconos ni en víctimas. La fotografía alterna una luz áspera, documental, con momentos de hipnótica belleza, recordándonos que el paisaje es a la vez escenario de conflicto y protagonista silencioso.

El propio título, Nuestra tierra, funciona como declaración de principios y como interrogante. “Nuestra” no es un plural pacífico: es un pronombre que obliga a preguntarse quién puede reclamar esa pertenencia, quién decide sobre un territorio y a quién se le niega. Martel juega con esa ambigüedad para invitar a una reflexión que trasciende fronteras y contextos: la tierra no es un mero recurso, es el espacio donde se dirime la desigualdad, el lugar donde se define quiénes somos.

Con este documental, Martel reafirma su capacidad de mirar lo real con la misma intensidad con que en su ficción ha explorado lo invisible. Nuestra tierra es, a la vez, una denuncia y un acto de resistencia poética: un recordatorio de que la lucha por la tierra sigue siendo —en América Latina y en cualquier lugar— la más antigua y la más urgente de las luchas de clases.

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