La sexta jornada del Zinemaldia ha sido un choque de registros: desde el vacío de una ficción demasiado pequeña para la Sección Oficial, a la pirotecnia hollywoodiense de un gran juicio histórico, para terminar en la memoria incómoda de las dictaduras latinoamericanas.

Jianyu laide mama/Her heart beats in its cage (Sección Oficial)
Lo más pobre de lo que llevamos de festival. Plana, sin nada a destacar visualmente más allá de un fugaz juego de reflejos, Jianyu laide mama parece tener alma de Nuevos Directores (planita) en una Sección Oficial que le queda grande. La cinta, que retrata la violencia familiar sufrida en la realidad por la protagonista Zhao Xiaohong, no alcanza el empaque artístico que el tema exige. Un testimonio importante, sí, pero que hubiera respirado mejor en un espacio menos exigente.
Nuremberg (Sección Oficial)
Con aspiraciones de ser la Conclave de este año —cinta que acabó nominada al Oscar— esta revisión hollywoodiense de los juicios de Nuremberg se queda en un artificio rimbombante, aunque por momentos irresistible. Russell Crowe, como un Hermann Göring que desde el banquillo sigue exudando poder, sostiene parte del espectáculo. La película entretiene y juega abiertamente a gran producción: reparto coral de caras conocidas, banda sonora con momentos atronadores, fotografía eficaz y un montaje que subraya sin pudor cualquier posible eco con la política actual. No es un ejercicio de sutileza, pero sí de eficacia: el tipo de cine que no esconde su vocación de gran público.
Bajo las banderas, el sol (Tabakalera)
Presentada en la sección Panorama del último Festival de Berlín, la película de Juanjo Pereira condensa 120 horas de imágenes de archivo recuperadas como pruebas documentales de los 35 años de dictadura de Alfredo Stroessner en Paraguay. A partir de ese corpus de material disperso por todo el mundo, Pereira reconstruye la historia de una de las dictaduras más largas del siglo XX, cuyos efectos todavía se sienten hoy. El resultado es un montaje apasionante, que funciona como testimonio de la brutal represión y, a la vez, como reflexión sobre la fragilidad de la memoria.
Vista apenas 45 minutos después de haber terminado el pase de Chile, la memoria obstinada de Patricio Guzmán —quien en 1997 volvió a Santiago cámara en mano para buscar a los protagonistas de su legendaria La batalla de Chile—, Bajo las banderas, el sol conforma, casi sin proponérselo, un díptico del mal que las dictaduras militares han infligido a Latinoamérica. Dos miradas, dos países, un mismo eco de heridas que no terminan de cicatrizar.
Un día que recordó, de maneras muy distintas, que la historia —ya sea a través de la gran maquinaria del cine industrial o de la paciente recuperación de archivos— sigue siendo un territorio de disputa.
