Tras competir en la Sección Oficial de Cannes, Die, My Love llega a San Sebastián como proyección especial, acompañando el Premio Donostia a Jennifer Lawrence, y lo hace como una película que exige, incomoda y a veces desarma.

Adaptar la novela de Ariana Harwicz —un texto que explora la maternidad como territorio de violencia y desarraigo— no era tarea sencilla. Lynne Ramsay ha elegido el camino más áspero: el de la observación fría y casi clínica, fiel a la mirada que ya mostró en We Need to Talk About Kevin y en el hipnótico descenso a la violencia de You Were Never Really Here. Aquí, como entonces, la directora evita el sentimentalismo y se adentra en el desmoronamiento mental de su protagonista como si se tratara de un estudio forense.
Jennifer Lawrence encarna a esta madre primeriza con una entrega absoluta, encontrando en el personaje una de las interpretaciones más complejas de su carrera. Hay momentos en los que su rostro, entre la vulnerabilidad y el arrebato, basta para sostener el plano. El problema no es ella —que roza lo sobresaliente—, sino un guion que parece más interesado en mostrar la descomposición que en comprenderla. Ramsay apuesta por una puesta en escena de gran personalidad, sobre todo en las escenas nocturnas, de una belleza perturbadora, pero la película nunca termina de encontrar el tono: se tambalea entre el delirio y la contención, y acaba atrapada en su propia densidad.
Robert Pattinson acompaña con un trabajo irregular; por momentos parece tan desconcertado como su personaje y su gestualidad roza la sobreactuación. Una pena, porque el material prometía un duelo interpretativo de alto voltaje.
En Cannes, Die, My Love fue recibida con división de opiniones; en San Sebastián, su pase adquiere un cariz especial: sirve de escaparate para el Premio Donostia a Lawrence, que aquí demuestra, más allá de premios y alfombras rojas, que sigue siendo una actriz capaz de sumergirse en zonas de riesgo sin red de seguridad. Ramsay, fiel a su cine de texturas rugosas, entrega una obra intensa y, quizá, deliberadamente incómoda; una película que obliga a mirar de frente el abismo de la maternidad y de la propia mente.
