Tras su estreno en Competición Oficial en Cannes, El agente secreto (O segredo agente) llega a San Sebastián como Perlak y confirma las sensaciones que dejó en la Croisette: es una de las películas más celebradas en Donostia, un trabajo que combina la fuerza de un thriller político con la memoria dolida de un país que todavía lidia con sus fantasmas.

Kleber Mendonça Filho retoma aquí uno de los ejes centrales de su filmografía —ese diálogo entre pasado y presente en la historia reciente de Brasil que ya recorría Aquarius y Bacurau— para adentrarse en el Brasil de 1977, en plena dictadura militar. La película, dividida en tres partes, dedica la mayor parte del metraje a seguir la vida de un joven investigador científico que, para proteger a su hijo y salvarse a sí mismo, se ve obligado a integrarse en una red clandestina de resistencia.
El protagonista, interpretado por Wagner Moura, encarna con una sobriedad magnética el miedo y la dignidad de quien se sabe vigilado. No necesita discursos: bastan su presencia física, el silencio contenido, la mirada que delata una mezcla de pánico y convicción. Mendonça Filho, fiel a su estilo, opta por un uso de cámara cercano y envolvente, que introduce al espectador en el espacio mental del personaje y transmite la asfixia de un país bajo represión.
El montaje, sin embargo, resulta algo irregular: algunas escenas, especialmente en la parte central, caen en la reiteración, mientras que otras —de gran potencia dramática— quedan sugeridas antes de tiempo. Da la sensación de que el material rodado poseía una profundidad mayor de la que la versión final deja entrever, como si la película hubiera sido podada en el proceso de edición.
Aun así, El agente secreto mantiene una claridad de discurso admirable, sin necesidad de subrayados ideológicos. Y, aunque las comparaciones sean inevitables, la referencia a Ainda Estou Aqui (2024) de Walter Salles —otro retrato de la memoria brasileña frente a la dictadura, pero desde una perspectiva más íntima y testimonial— sirve para iluminar las diferencias: donde Salles apuesta por la memoria familiar como forma de resistencia, Mendonça Filho se decanta por un thriller político de ritmo contenido, en el que la tensión narrativa encarna el peso de una historia colectiva.
Además, la película se suma a las otras obras vistas en el festival que revisan las dictaduras latinoamericanas, como Bajo las banderas, el sol de Juanjo Pereira y Chile, la memoria obstinada de Patricio Guzmán. Juntas conforman un mosaico que recuerda que la memoria de las heridas del Cono Sur no pertenece solo al pasado: sigue siendo un territorio de disputa en el presente.
En Donostia, la película ha sido recibida con entusiasmo. No solo por su valor como relato histórico, sino porque, como el mejor cine de Mendonça Filho, conecta pasado y presente: habla de los años de plomo brasileños, pero resuena con inquietante actualidad en cualquier lugar donde la memoria todavía sea un terreno de resistencia.
