Un relato sobre cómo el silencio puede proteger, destruir o revelar lo que las instituciones prefieren ocultar. Julia Roberts, imponente, convierte cada gesto en una declaración moral.

Hay películas que parecen llegar en el momento justo, y After the Hunt es una de ellas. Lo que podría haberse quedado en un drama judicial más se transforma aquí en un retrato preciso de cómo operan el poder, la culpa y el silencio en los entornos que moldean nuestra idea de verdad.
La historia parte de una denuncia de violación en la Universidad de Yale y de cómo ese suceso desencadena una reacción en cadena que deja al descubierto los engranajes del privilegio institucional. El guion, sobrio y atento a los matices, revela la lógica perversa con la que las instituciones protegen su imagen antes que a las personas, y cómo las dinámicas de poder siguen actuando bajo la superficie con una naturalidad inquietante.
After the Hunt observa con calma el modo en que el privilegio masculino, especialmente el del hombre blanco y acomodado, continúa blindando conductas y distorsionando percepciones. Lo hace sin maniqueísmos, pero con una claridad que resulta incómoda. Frente a esa figura intocable, la película contrapone la vulnerabilidad de quienes son cuestionados incluso cuando dicen la verdad, y la sensación de impotencia que se desprende cuando el sistema parece diseñado para perpetuarse.
El film evita los caminos más fáciles: ni santifica ni condena a sus personajes, sino que se adentra en sus contradicciones. Su gran acierto está en la ambigüedad, en esa pregunta que late desde el principio y resuena al final: ¿qué cambia si nada cambia? La respuesta no llega en forma de discurso, sino de atmósfera. Los silencios, las pausas, los gestos contenidos hablan más que cualquier alegato. After the Hunt entiende que el silencio puede ser tanto un arma como un refugio, y que la verdad rara vez se impone por sí sola.
Desde el punto de vista formal, la película brilla por su contención. La dirección elige el tono justo: sin artificio, sin efectismo, confiando en la fuerza de la mirada. Cada secuencia está construida con un sentido de la tensión que nunca se subraya; cada conversación, por mínima que sea, suma capas al retrato de un mundo que se tambalea bajo su propia corrección moral.
El reparto funciona como un conjunto armónico y afinado. Ayo Edebiri, Andrew Garfield, Chloë Sevigny y Michael Stuhlbarg aportan textura y matices a sus papeles, evitando el trazo grueso y el gesto obvio. Edebiri y Garfield, en particular, encarnan con acierto esa incomodidad que se instala cuando los personajes deben sostener una posición que ya no les pertenece del todo.
Y en el centro de todo, Julia Roberts, en una interpretación que recuerda por qué sigue siendo una de las presencias más magnéticas del cine contemporáneo. Su personaje habita el terreno incierto entre la autoridad y la culpa, la serenidad y la fractura. Roberts trabaja desde la sutileza: un gesto, una mirada o un temblor apenas perceptible bastan para revelar un conflicto interior. Su actuación es un ejercicio de contención emocional que sostiene la película desde el primer plano.

After the Hunt no pretende reinventar el género ni revolucionar el cine político, pero logra algo más valioso: contar bien una historia. Lo hace con lucidez, con equilibrio, y con una sensibilidad poco común para abordar temas donde el discurso suele devorar a los personajes. Su fuerza está en la precisión, en el respeto por la inteligencia del espectador y en la convicción de que el silencio —ese mismo que recorre toda la película— puede ser tan devastador como un grito.
Serena, tensa, elegante y profundamente actual, After the Hunt es una de esas obras que permanecen. No por la espectacularidad de sus giros, sino por la claridad moral con que muestra las grietas de un sistema que sigue protegiéndose a sí mismo. Una película sobre el poder y la culpa, sobre las mentiras que sostenemos para no mirar de frente. Y sobre esa pregunta que, al final, ninguna institución quiere responder.
La película se estrenó fuera de concurso en el Festival de Venecia (2025).
