Pocas cosas reconfortan más el alma cinéfila que comprobar que el que tuvo, retuvo. Tras ver la nueva propuesta de Ozon, comprobamos que sigue en forma. No podemos decir lo mismo del protagonista de el documental Crock of Gold: A Few Rounds with Shane MacGowan.
Verano del 85: si yo soy yo y tú eres tú

En su nueva película, François Ozon vuelve la vista a atrás y explora los sentimientos de descubrimiento de sí mismo y del amor. Y lo hace como si de un tríptico se tratara, en el que el personaje de Alexis va mudando la piel y avanza en el complejo camino de hacerse adulto.
Yo soy yo y tú eres tú: la atracción sexual vista como el inicio de un verano. Cuando aún se puede disfrutar de paseos bajo el Sol, de cierta apatía provocada por la inercia de un curso escolar que se agota. Ese momento en el que no se reconocen los sentimientos, la novedad de descubrir el poder del físico ajeno y aún no se entienden los mecanismos de la seducción. Ni la propia ni la de los demás. Alexis, cuál polilla, de ve atraído por la luz (David). Es tan inconsciente de ello como del peligro que corre.
En esta parte de la película se presenta la historia y a sus protagonistas.La cámara se acerca de forma tentativa a los físicos, aún obras inacabadas, de los dos jóvenes. Vemos de nuevo a una Valeria Bruni Tedeschi con la mirada ida y poco a poco, dejando ciertos prejuicios de lado, vemos que en esta ocasión la losa que arrastra su personaje es demasiado pesada como para que la cordura sea la forma de sobrellevarla. Una etapa que parece acabar tras una puerta cerrada y una cerradura por la que el director decide que no va a espiar a sus protagonistas, en una decisión tan poética como liberadora. Dejadlos ser, parece decirnos.

Pero si yo soy yo porque tú eres tú: la polilla, como el verano, sigue avanzando. Pero el Sol ya empieza a abrasar y la luz se va tornando peligrosa. Alexis aprende, casi de golpe, que en las relaciones personales todo avanza, no hay permanencia. Que no hay espacio para la definición de los sentimientos si no se concede el suyo propio a los de los demás y a sus cambios. La película avanza en dos líneas temporales paralelas: las del verano y esas seis semanas de descubrimiento junto a David; al tiempo que nos relata las consecuencias de todo lo que dieron de sí esas semanas. En esa parte central la película se torna algo más oscura y violenta, reflejo de cómo avanzan sus personajes.
Entonces ni yo soy yo, ni tú eres tú: en el momento que la polilla es consciente de que su coqueteo con la luz va a ser fatal, ya es demasiado tarde. El momento fatídico, que desde el prólogo de la película sabemos que ha de llegar, sucede. Es el colapso y la desesperación, la negación de lo que ha sucedido y el no ser capaz de reconocer que el relato de un verano de amor tenía varios autores. Ante eso, Ozon decide que la sensibilidad no es sinónimo de debilidad. Hunde, sin ridiculizar, a Alexis. Le obliga a volver sobre sus pasos y a darse cuenta que una obra coral no hay un único protagonista.
Ozon finaliza la película cuando ha de comenzar el otoño, con una luz menos brillante pero también menos cegadora. En esta ocasión, el equilibrio entre el texto y su ejecución vuelve a resultar atractivo y muy conseguido, sin que nada nos resulte forzado. Brillante en la definición personajes y en la dirección de actores, en al uso de la música y su inclusión en el relato. Quizás, a modo de falso de reproche, podemos achacarle que no sorprende. Aunque no es algo que, como espectadores, nos moleste.
Crock of Gold: A Few Rounds with Shane MacGowan. La dura vida de una celebridad musical.

El documental de Julien Temple, ese que estuvimos a punto de no incluir en nuestros horarios, ha sido una de las sorpresas de estas primeras jornadas. Su mezcla de imágenes de archivo con animaciones, la mentalidad de su protagonista, lo interesante de su discurso, nos hace darnos cuenta que en realidad «no conocíamos a The Pogues» y que nos da igual.
A pesar de que, tristemente, su historia como banda es similar a tantas otras, con sus excesos de giras, de sustancias y de egos, Shane MacGowan tiene carisma suficiente como para que le creamos cuando, postrado en una silla de ruedas, afirma que espera algún día poder volver a jugar al billar. Rabioso y fresco, el documental, de poco más de dos horas, ha sido una propuesta a agradecer tras los patinazos de la jornada de ayer.