El realizador tunecino Mohamed Ben Attia establecía un paralelismo entre la situación de su país y la de su protagonista en esta película de 2016. Y a ambas historias les falta algo de coraje para llegar más allá.
Con poco disimulo, Attia asemejaba la historia de su protagonista con la situación política de su país en 2016. Sin embargo, el relato que construye en Hedi resulta elegante. La comparación es tan evidente que no juega a esconderla. En la cinta, Hedi es un acostumbrado y sometido a las formas dominantes de su madre que, desde el respeto a las tradiciones y el autoengaño, organiza la vida de su hijo. Este es la corrección personificada: novio respetuoso hasta el aburrimiento, trabajador correcto y obediente hijo. Nada destacable, nada reprochable. Solo encuentra algo de evasión a través del dibujo (es dibujante de cómics). La expresión artística como vía de escape y al mismo tiempo como tabú.
Túnez fue el primer país en vivir la primavera árabe. La Revolución de los Jazmines finalizó en 2011, pero cinco años después, momento en el que se produjo la película, seguía sin haber completado. Túnez seguía viviendo en casa de su madre, por así decirlo.

La revolución de Hedi vendrá de la mano de una mujer. El aire fresco que Rym (Rym Ben Messaoud) traerá a la vida de Hedi (Majd Mastoura) le hará replantearse cómo quiere vivirla. Su carácter afable y de alguien que se contenta con las cosas tal y como vienen, acaban en una sublevación que le llevan a romper con todo y con todos, ansiando un cambio total y persiguiendo su libertad. Al final, Hedi, como Túnez, no es capaz de marcar con la portería vacía.
La película recogió el premio al mejor actor(Mastoura) en el Festival de Berlín, así como el premio a la mejor ópera prima. Valiente en su forma de acercarse a los personajes y de lenta cadencia, su ritmo hace que el espectador no perciba del todo el alcance de los sentimientos de Hedi, la lucha interna a la que se enfrenta. La notable fotografía de Frédéric Noirhomme confiere elegancia al relato y la dirección de Attia es acertada, si bien poco arriesgada.

