Dentro de la sección Horizontes Latinos del último Festival de San Sebastián se pudo ver el segundo largometraje de la realizadora ecuatoriana Ana Cristina Barragán. Su ópera prima, Alba (2016), se estrenó en el Festival de Róterdam, fue merecedor de una mención especial del jurado Horizontes Latinos en el certamen donostiarra.
La cinta de Barragán se desarrolla en base a dos relatos: el propio argumento que se cimenta alrededor de los personajes y otro, más sensorial, que se construye con las imágenes y sonidos de los parajes en los que se desarrolla.
El argumento se centra en los mellizos Iris y Ariel, de 17 años, que viven en una playa repleta de moluscos, pájaros y otros animales junto a su madre y a su hermana pequeña Lía . En un espacio sin referencia temporal, los adolescentes han crecido aislados, alejados de otras personas o estructuras sociales, desarrollando una relación fraternal poco convencional, mientras conformar un vínculo muy esencial con la naturaleza. Las imágenes y el sonido del mar aquí proveen un manto de calma bajo el que se esconden y se superan los límites socialmente aceptados de la relación de los hermanos.
Mientras Ariel parece conformarse con la vida que llevan, Iris observa con creciente desasosiego el océano que le separa de lo que desconoce. En busca de aquello que se vislumbra más allá del océano, Iris decide dejar la isla e ir a la ciudad. El mar es sustituido centros comerciales, los animales por personas que van y vienen pero se desconocen. Aquí el agua no limpia. Aquí hay ruido y la suciedad de una sociedad que aísla más que la masa de agua que la separaba de ella. Ariel busca a un padre ausente, como quien busca la pieza del puzzle que dará sentido a su elaboración. Todo pone en evidencia que aún cuando físicamente está presente, la ausencia de su madre lo recubre todo.
Ya sea en la isla que habita junto a sus hermanos o en la ciudad que trata de habitar a Iris, la película se desarrolla con un halo onírico, el de una vida intuida. Siempre vinculada a una renuncia: la del padre, de quién viven separados; la de la madre a su papel de progenitora; y finalmente del hermano. Al tiempo, el metraje renuncia a explicar, a desarrollar, basándose en lo implícito, en los gestos.
Finalmente, en un momento del filme los tres hermanos bailan juntos al son de Muchacho de los ojos tristes que, interpretada por Jeanette, evoca otra relación materno filial turbulenta: la de Cría Cuervos, dirigida por Carlos Saura en 1976. Otra hija que cree saber y otra madre ausente.