– Vamos a llorar. – Lo sé. Contesté. Ésa fue la primera conversación que mantuve después de ver los primeros destellos de La Giovinezza, ahí cuando sólo podía encomendarme a dios y un poco más al diablo para que el reloj avanzara y me trajera envuelta en papel de estraza la nueva película de Paolo Sorrentino. Y, no…