La sección Zabaltegi-Tabakalera continua su evolución y presenta la última Palma de Oro.
No era por falta de alternativas, pero tras haber disfrutado de la película de Östlund en el Festival de Cannes, donde se hizo merecedora de la Palma de Oro, un segundo acercamiento era tentador.
Tentador, necesario y agradecido. El relato de Ruben Östlund y su estilizada manera de mostrarnos la imbecilidad colectiva, logra que nos riamos de nosotros mismos. La disección que realiza en The Square de la necesidad innata de gustar, de no faltar a la imagen que queremos proyectar de nosotros mismos, así como del efecto del azar sobre esa propia imagen, da para horas de coloquio. Tanto como los debates que parece provocar la película, que ha tenido una acogida menos calurosa que en Cannes.
Como ya hiciera en Fuerza mayor, Östlund analiza el efecto de una reacción poco meditada ante un hecho fortuito. Si en aquella era la reacción espontánea del padre ante la avalancha, en The Square es fruto de la inconsciencia y los prejuicios. Aquí, la onda expansiva de una acción no meditada, afecta al entorno familiar y al laboral. Con el arte contemporáneo como excusa, Östlund apunta también al exceso de pose del que pecamos, como individuos y como sociedad. Con menos ironía, pero también tiene tiempo para dejar en evidencia el uso inconsciente que hacemos de las redes sociales, en las que todo se magnifica y como con una acción podemos poner en marcha una cadena de reacciones desproporcionadas. En realidad, si al finalizar la proyección saliera una imagen del director con el mensaje «si queréis más tortas, venid a por ellas», no nos extrañaría demasiado.
El protagonista, director de un museo de arte contemporáneo, muestra su lado más macarra y pueril cuando le roban su teléfono. Que en esos momentos, su proyecto estrella sea la exhibición que da título a la película, y que se trate de una obra que apela a la comunicación y al entendimiento entre personas, es la mordacidad sobre la que se construye el relato. La película se permite también alguna licencia narrativa, en ningún caso excesiva. En algunos momentos, parece recrearse en el manejo de la cámara. Pero todo parece bien encajado, como el plano cenital de la escalera que parece no tener fin, y que simboliza el viaje a ninguna parte del protagonista.
Además de plantear la película con un dominio de lo visual absoluto, Östlund cuenta con un reparto magnífico y logra que, independientemente del tiempo que están en pantalla, todos los personajes tengan un peso específico determinante en el relato. Destaca sobre todos, Claes Bang que ofrece una gran interpretación como Christian, protagonista de la historia, combinando cierta superioridad con momentos casi infantiles. A pesar de ser muy secundaria, la presencia de Elisabeth Moss en pantalla es magnífica.
Con un humor por momentos sarcástico, el director intenta mostrar el lado cómico de situaciones que no lo son en absoluto. Quizás pueda interpretarse como una burla del realizador hacia el espectador, pero en realidad apunta a una realidad social en la que él mismo se incluye, en la que se banaliza lo fundamental.