[S. Oficial] Rumanía confirma sus señas de identidad cinematográfica

El cine rumano ha desembarcado en la sección oficial con dos propuestas arriesgadas y opuestas entre ellas.

En la sección oficial de este año se han presentado dos propuestas que demuestran la potencia de la cinematografía rumana actual. Diferentes tanto en lo formal como en lo argumental, las cintas de Constantin Popuescu e Ivana Mladenovic hurgan y desarrollan dramas familiares y sociales.  

Durante los 152 minutos que dura Pororoca, Constantin Popescu desarrolla el estudio de la desesperación. El drama provocado por la desaparición de una hija, da pie a la progresiva obsesión en el que se sumerge el protagonista de la cinta. El director no está interesado en investigaciones policiales o en dramas familiares. Lo que busca es completar el relato de la culpa y la desaparición y su efecto sobre la psique del protagonista.

Con largos planos exteriores, en los que la cámara apenas oscila, asistimos a la presentación del suceso: en el parque en el que comienza la acción dramática, a plena luz de días y con las risas de los niños, que entran y salen de escena correteando. Desde el momento en el que Tudor (interpretado por Bogdan Dumitrache) se da cuenta de la ausencia de su hija, el espectador es consciente de que tiene la misma información que el protagonista. Popescu no da ventaja alguna al espectador, algo que aumenta la sensación de pérdida y congoja. También de soledad. El impacto que la desaparición de la pequeña tiene en la vida del matrimonio, deja a Tudor a solas con sus propios remordimientos. Durante gran parte del metraje, todas las relaciones de Tudor son circunstanciales y es en esa soledad en la que se fragua el desenlace de Pororoca. 

El progresivo desmoronamiento de la la vida del personaje de Tudor, Popescu nos lo transmite con la brusquedad y, por momentos, violencia con la que mueve la cámara. Los largos planos iniciales, se van acortando y hay hasta cierta rudeza en la forma en la que se muestran las transiciones entre ellos.  También la iluminación es un componente narrativo importantísimo en el Un planteamiento visual que se va radicalizando según aumenta el desasosiego del padre que, junto con la interpretación del propio Dumitrache, son los elementos con los que juega el director. Una aproximación aparentemente sencilla, pero que demuestra una planificación cuidadísima de cada escena.

La historia que nos cuenta Pororoca es la de un callejón sin salida. Es por ello que la dureza del último acto parece inevitable.  Popescu no justifica ni reprueba los actos del protagonista. Nos ha llevado con él hasta las últimas consecuencias del dolor. El pesimismo y el dolor que trasmite la cinta no han evitado que sea una de las más comentadas de la Sección Oficial y (casi) nadie la descarta para el palmares.

El relato de Soldatii. Poveste din Ferentari amplía su campo de visión. Si en Pororoca el individuo y su soledad son los elementos principales, en la película de Mladenovic el relato individual es relativo. El énfasis no está tanto en lo que les sucede a Adi y a Vasi, sino en como ese relato pone de relieve la situación del barrio más pobre de Bucarest. Esa radiografía, que por momentos es pseudo-documental,  se traslada de lo personal a lo  colectivo, muestra una realidad más amplia, en la que el amor se mide en billetes y las relaciones personales no pueden huir de su faceta más mercantilizada. Si en Pororoca el drama es desde la soledad, en Soldatii se diseccionan las relaciones personales como hilo argumental.

En Soldatii. Poveste din Ferentari, los abusos de poder y la jerarquización de las relaciones personales se muestran a través de una relación homosexual. No es este un componente oportunista del relato. Al contrario, es la escenificación del  gueto dentro del gueto. La marginación por causas económicas a la que se añade causada por la elección de la persona a la que se ama. En este sentido, Mladenovic no rehuye elmostrarnos la situación extrema del ambiente que rodea a los personajes: redadas policiales, personajes que imponen su voluntad sobre aquellos a los que las circunstancias han situado por debajo en esa pirámide de poder de la calle que es el barrio de Ferentari. La cámara no escatima, pero no subraya. Y esa huida del sensacionalismo hace que la película resulte tan creíble como sencilla. No manipula al espectador, quizás porque es consciente de no necesitarlo. Hay tanta pobreza económica y emocional que la película no necesita exagerar ni un ápice de la realidad que nos muestra.

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