Una de las películas que más nos entusiasmó del último Festival de San Sebastián y la ganadora del Oscar a la Mejor Película en 1945. Dos filmes tan distintos y tan cercanos en su descripción de lo destructivo que es el alcohol.

The Lost Weekend (Billy Wilder, 1945)
Ganadora de cuatro premios de la Academia (la de allí), la cinta de Billy Wilder está considerada uno de los alegatos contra el alcoholismo más importantes del universo cinematográfico. En ella, Ray Milland da vida a un escritor arrasado por el alcoholismo. Un despojo, lo que queda de un hombre destruido física y psicológicamente. Alguien que vive para el próximo trago.
La película no nos muestra el descenso al infierno de la bebida. Está instalada en ese abismo desde el principio. En la mentira y en el hurto para lograr una bebida más. Las inseguridades del escritor que le conducen a la bebida contrastan con los esfuerzos de su hermano y de su prometida por centrarle.
Con más componentes de cine negro que del género dramático, la película es descarnada en su tratamiento de la destrucción personal, pero resulta algo cándida en su resolución. El amor de una prometida y el cuidado de un hermano como tabla de salvación de un hombre en la deriva absoluta, componen un final esperanzador y excesivamente ingenuo.
Druk (Thomas Vinterberg, 2020)
En su última cinta, Vinterberg nos presenta una granny smith hecha película. Luminosa y llamativa en la superficie, tremendamente ácida en su interior. Como la botella que podemos ver medio llena o medio vacía, cada componente diáfano del relato tiene su contrapartida más oscura. La camaradería, la familia, el entorno laboral, la figura del profesor… Todo tiene un reverso siniestro.
Esa amistad que en el estupor etílico no es capaz de reconocer las señales que envía aquel que se va quedando atrás; esa resignación confundida con estabilidad. Incluso ese empujoncito que se da a un alumno inseguro y ansioso tiene el poder de destruirle la vida. En realidad, la cinta es una oda al «yo controlo». Esa mentira que todo aquel que se ha llevado una copa a los labios se ha dicho a sí mismo en algún momento. Todo resumido en los 169 segundos con los que se cierra la película, con un Mads Mikkelsen pletórico y tan liberado como perdido.