Cerramos una Sección Oficial (a concurso) que, aunque desigual, ha tenido un nivel medio más que aceptable.

“La abuela”: la esclavitud de la belleza según Plaza y Vermut
En la película que significa la colaboración de dos de las voces con más carisma del panorama cinematográfico español, Paco Plaza y Carlos Vermut, se asaltan varios mitos sobre los que se asientan las relaciones sociales actuales. Una es la relación de abuelos y nietos. Una relación siempre entendida como entrañable, que aquí comienza con el cuidado de una nieta a su abuela y que en esta producción se enturbia desde el principio. La segunda es la importancia del mundo de la moda y el de la cosmética: la belleza como reclamo permanente. El último sería la necesidad de permanecer joven, que aunque entronca con la anterior, habla menos de estrategias de marketing y más de inseguridad personal.

“La abuela” recoge esa opacidad del relato de Carlos Vermut y lo lleva a la oscuridad, la angustia y el miedo del imaginario de Paco Plaza. Funciona bien esa parte misteriosa e insalubre de Vermut, que mezcla con precisión con la parte más tétrica de Plaza. Sin embargo, según la película avanza el fantástico “de susto” le va ganando la partida al terror más psicológico. Y aunque funciona muy bien, tiene buen ritmo y visualmente está muy bien planificada, la resolución no por inesperada acaba siendo un fuego artificial: convincente en ese primer momento pero efímero.
Pero si algo funciona por encima de todos son esas dos actrices que dan vida a la abuela (Vera Valdez) y la nieta (Almudena Amor). La presencia atemorizante de la primera y la inocencia de la segunda, dos ingredientes intrínsecos al relato pero que las actrices resuelven de forma notable.
“La abuela” nos deja con ganas de más colaboraciones futuras de estos dos realizadores. Que demuestran una vez más que la frontera entre géneros es elástica y mientras más se atreven a estirar, mejores películas resultan.
“The eyes of Tammy Faye”: A dios rogando y a los fieles estafando
La predicadora evangelista Tammy Faye Messner es un personaje histriónico: hija de una época tan histriónica como ella (décadas de los 80 y 90), casada con un telepredicador con ganas de conocer todo lo que el dinero le puede dar (por la gracia de Dios) y un carácter algo infantil. Tammy Faye, al final de su vida, luce un perfilado de labios permanente, al igual que sus pestañas. Tammy Faye tiene los ojos, la voz y el carisma de Jessica Chastain. Tan exagerada como acertada en el relato de esa mujer con arrebatos de fe y amor por los visones, Chastain logra trascender al retrato tan chanante de Messner que hacen el guionista Abe Sylvi y el director Michael Showalter.
La exageración como marca distintiva acaba por engullir la historia de lo que sucede alrededor de Tammy: especulación inmobiliaria, malversación de fondos, intereses políticos, etc.Y esa parte, con ese ambiente de cloaca tan marcado, que resulta muy interesante, se pierde entre reiteraciones de las tensiones del matrimonio.
“The eyes of Tammy Faye” no es una mala película, pero el resultado final es muy pobre comparado con la soberbia interpretación de Chastain. Arrolla a todos, incluido Andrew Garfield y tira de la película cuando esta parece que ha perdido todo su fuelle. Pero acaba sumergida en esa pesadilla de colores y cantos religiosos.