
Según Kike Maíllo, director de El falsificador (primera película original de Filmin), nunca sabremos si todo lo que cuenta el protagonista de la cinta es verdad o no. O qué parte es verdad o no. Y lo cierto es que según transcurre el metraje nos damos cuenta de que realmente a Maíllo le da igual la verdad de Oswald Aulestia, pero quiere absorber cuanta historia tenga que contarle.
La película nos sitúa en el momento en el que la figura de Oswald Aulestia salta a las páginas de los periódicos y aparece en los telediarios. Los mossos, la Policía Nacional, el FBI: todos persiguen a Aulestia y consiguen encontrarlo. Desde ese momento la película recorre los sucesos posteriores hasta el presente, al tiempo que recorre el pasado. Posiblemente a la búsqueda y captura, como su protagonista, de los motivos que hay en el génesis y desarrollo de su personaje.
Entrevista a su familia, a antiguos asociados, repasa sus relaciones personales más importantes, pero la verborrea de Oswald va en aumento según se va sintiendo cómodo delate de la cámara. No es muy descabellado creer que es muy posible que dicha comodidad sea inversamente proporcional a la verdad que cuela en cada relato de una experiencia vivida. Y no es que creamos que Aulestia miente, pero sí que va adornando cada relato con algo más que vivencias.

Maíllo se da cuenta pero parece dejarse llevar por el personaje. Consciente de que se ha ganado su confianza, parece que la investigación, de la que nos hace partícipes, deja de interesarle a medida que Oswald tiene más cosas que decirle. El resultado es un montaje algo burdo, en algunos momentos forzado, que sin embargo nos deja pinceladas de temas más profundos, como enfermedades o como la dureza del sistema penitenciario estadounidense. Temas que parece que dejaron huella en el realizador, pero que apenas pasa de puntillas sobre ellos.
Puede que los retome y los trate en la serie documental de tres episodios que están preparando, y que podremos ver a principios del año que viene.
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