Siempre he pensado que mi profesión ideal -esa que dicen que hay que encontrar para no seguir llorando cada domingo por la noche el resto de tus días- sería ver películas.
Ver películas, sin parar, por las mañanas, por las tardes, en el cine, en casa, sola, acompañada; escribir sobre mis impresiones; y, por último pero no menos importante, cobrar por ello (este punto no es tan romántico, ya, pero las facturas no entienden de lirismo, sino que se lo digan a Van Gogh, que en vida sólo vendió un cuadro, el comprador fue su hermano Theo y acabó cortándose una oreja. Vale, lo de la oreja no tenía nada que ver pero la sangre daba más dramatismo).
Ver películas antes que el resto. Ese concepto me parece precioso. No por vanidad o ego, sino porque implica que alguien ha confiado en ti, en tu opinión, en tu voz y en tu manera de comunicar para recibir el veredicto final. Me parece fascinante poder ser el altavoz del trabajo que alguien ha sacado con tanto mimo y tanto esfuerzo como se hace el cine. Ver películas y contarlo. ¡Qué maravilla!
Lamento desvelaros el final del cuento antes de tiempo pero no, NO TENGO ese trabajo (aún).
Cada domingo alrededor de las 18 de la tarde (en verano, con el cambio de hora, puede que un poquito más tarde) lloro, pataleo y sorbo los mocos como ritual de preparación para el lunes pero, un viernes de agosto, sabiendo que es mi día preferido de la semana (por ahora), recibí un correo que me hizo sentirme especial. Muy especial.
Una amiga mía, que no es porque sea amiga mía pero tiene el don de hacer sentir especial a todo el que decide estar a su lado, me ofrecía ser uno de los privilegiados altavoces de su ‘pequeña’ joya, Kontrabando Film Festival.
Ella, médico de profesión pero polivalente de corazón, se puso el cine por montera y decidió crear un festival de cortometrajes para jóvenes, así, como el que decide irse a la cama antes o hacer lentejas para comer.
Ella es así. Valiente, muy valiente, decidida y constante. Aprende rápido y se nutre de la gente que le rodea. Es optimista por naturaleza y confiada hasta que le duele. Es creativa y generosa. Y además, por si no rozara lo suficiente la perfección, ama la cultura por encima de muchas cosas.
Kontrabando Film Festival es así. Exactamente igual que Marina y las personas que la acompañan en su camino porque, ya sabéis, la buena gente nunca tiene equipos que no estén a la altura.
Kontrabando es un canto a la esperanza, un festival inteligente. ¿No queremos saber qué les gusta a los jóvenes? Pues dediquémosles tiempo, veamos qué graban, qué les interesa, qué llama su atención, cuál es su punto de vista, con qué se emocionan, qué les hace reír, cuáles son sus temores, veamos qué idioma hablan. Cine hecho por mentes ávidas de cultura e inquietud, llenas de dudas y futuro. Kontrabando hace que los chicos pierdan el miedo a ese estúpido ridículo tal y como lo entendemos los adultos. Kontrabando les hace cineastas en mayúsculas y, de esa rara especie nunca habrá suficientes.
Marina, que sabe de mi amor por el cine, por su festival y por ella, me propuso, en ese correo de un viernes de agosto, ser jurado de Kontrabando Film Festival el día 12 de diciembre como representante de mi cine y el suyo, CineCiutat.
‘¿Te hace ilusión?’ acababa el correo.
Si alguien la ve antes que yo, que le diga que desde aquel 21 de agosto, ya no lloro los domingos, aunque acabe con una oreja menos.
Gràcies, Marina!