Ojalá pudiera mentirte, y decir que los días en Cannes duran 36 horas. Que puedes ver seis películas cada día, sin hacer colas ni esperar a pases de “repesca”. Que tienes tiempo de comer, de escribir cuando te sientes inspirada y de dormir. Ojalá te pudiera decir que los franceses están encantados con la invasión que se les viene encima cada mes de mayo, y que son solícitos con el despistado acreditado que no encuentra el Marriot.
Pero no, no puedo decirlo sin caer pecado capital. Pero sería igualmente mentira decir que la posibilidad de disfrutar de este Festival no vale cada minuto de sueño perdido, cada comida que me he saltado y cada minuto al sol en las colas para los pases de las 19. Y no es por haber desarrollado una vena masoquista, y tampoco porque esté en una etapa místico – filosófica en la que la cultura alimenta mi espíritu. Es la sensación de haber llegado, de estar en el Festival de Cine más importante. Es la emoción de estar en el Palais. De cruzarte con Marisa Paredes. De poder ver lo nuevo de Jim Jarmusch (por partida doble), y la esperada nueva producción de Dolan. Es constatar que a NWR le da tan igual la reacción de la prensa, que regresa con una película más extrema que la masacrada Only god forgives. Es cruzarte con Woody Allen tras haber reconocido algo de despedida en su última película.
He querido, y quiero, a esa Julieta, que sufre el peso del silencio más doloroso. Que hace de la ausencia esa segunda piel que viste con desgarro. Me he rendido a The Handmaiden, con sus momentos de maravillosa locura y ese montaje tan bello. Y me he enamorado perdidamente. He caído rendida ante Paterson. Le tenía tantas ganas como miedo (una es así con las películas que tiene tantas ganas de ver), pero salir a las 21h con una sonrisa bobalicona, pensando en que esas dos horas te gustaría que se repitieran en bucle, es una sensación maravillosa (como uno de esos bucles cinéfilos a los que soy tan dada). Creo que podría estar días enteros escuchando a Adam Driver recitar las bondades de sus cerillas favoritas, los trillones de moléculas que se desplazan a su paso. Y sobre todo, oírle recitar Pumpkin. Ese poema de amor en el que describe como le destrozaría el corazón que su amada le dejara.
How embarrasing… termina diciendo el poema.
How embarrasing… pensaba yo enjugándome las lágrimas.
En realidad, lo vergonzoso sería no disfrutarlo. Como vergonzoso resulta el abucheo a una película, sea cual sea. Algo que me incomoda, aunque entiendo el contrapunto al aplauso. ¿Qué quienes se llevaron abucheos? Sean Penn (me duele, pero su película es un desastre), Xavier Dolan (de lo más destacable del Festival, para mi) y Nicolas Winding Refn (hipnótico y bizarro). Nos llevan al límite y no todos lo digieren bien. El riesgo era esto.
Me resulta imposible aun hacer un análisis frio y racional de todo lo vivido. Falta conocer a los ganadores y esto aún no ha terminado. Quedan dos o tres proyecciones pendientes de empezar, queda cerrar la maleta y queda regresar. Lo que sí ha tengo claro ya es que, más que las seis o siete horas de sueño habituales, lo que echas de menos son las rutinas cinéfilas, los codazos cuando aparece cierto actor, o las charlas y risas que te hacen más llevadera la cola. El cine se ve en silencio y soledad, y se disfruta en compañía.
Spoiler: las fotos seleccionadas son autoexplicativas.