La doctora de Brest: he venido a hablar de mi libro
Puede que la inyección de fenómeno fan que tuve ayer (jueves 15) con el documental que Ron Howard ha dirigido sobre The Beatles, y que vimos en el Príncipe (7), sala en la que veremos alguna película más estos días, hiciera que el habitual «venirse arriba» que experimiento ante la inauguración del Festival de San Sebastián se amplificara.
Pero lo cierto es que, por mucho que me guste una película suya, me niego a creer que una cinta que dirige el padre de Bryce Dallas tenga ese efecto sobre mí. Con este punto descartado, solo queda rendirse a la evidencia: La doctora de Brest nos ha devuelto a la realidad y ha sido una pobre inauguración de Festival.
La película acusa una arritmia tal que acaba siendo fatal. Pretende contar mucho en poco tiempo, y el «no dejarse nada» tiene un peligro: que se acabe pasando por encima de puntos que pudieran resultar fundamentales; o bien se haga hincapié en asuntos más banales. La directora, Emmanuel Bercot, es también guionista de la película. Terreno resbaladizo cuando, además, estamos tratando hechos reales: en un guion que lo tiene todo para emocionar al corazón más duro, la sensación de atropello casi constante destruye toda capacidad emotiva. Lo que en ocasiones se describe como «no dar tregua al espectador», en este caso es negarle un respiro. En un guion tan plano en cuanto a cambios de ritmos y de intensidad, que quien conduce decida no cambiar la marcha y solo jugar con el acelerador, acaba por ahogar el proyecto.
El trabajo de dirección no evita el ahogo. Aparentemente, Bercot-Directora no le discute nada a Bercot-Guionista. No puede decirse que La doctora de Brest no tenga decisiones acertadas, pero sí que las que tiene no se dan en el momento correcto: la banda sonora es ruidosa en el algunos momentos y pasa desapercibida en otros, el movimiento de cámara inquieto no permite disfrutar de la dirección de fotografía. Y un largo etcétera.
Pero donde duele más esa producción arrítmica es, posiblemente, en la dirección de actores. A Sidse Babett Knudsen ya la hemos visto lo suficiente como para esperar una interpretación ajustada al personaje. Es una estupenda actriz que en esta ocasión no convence. Lo más triste es que ella se debe ajustar a lo que se describe en el guion, que requiere de ella un personaje vociferante. No hay que descartar que los mejores momentos que nos ofrece, cuando se le permite introducir cierta calma en sus acciones, fueran por iniciativa de la actriz cuando la realizadora no estaba pendiente. Benoît Magimel sale mejor parado porque su personaje parece ir a remolque, pero no logra ser todo lo convincente que el actor puede llegar a ser. Y si, por un momento, alguien piensa que voy a culpar al guion y a la dirección de desaprovechar a un actor como Magimel, habrá acertado.
La película está basada en un libro que escribió la Doctora Irène Frachon. No dudamos que los hechos son tal y como los relata Frachon, ni de su importancia tanto en la eliminación de un fármaco nocivo para la salud, como en su enfrentamiento con la industria farmacológica y el sistema sanitario. Sin embargo, la película desprende en algunos momentos cierto olor a ego sobredimensionado.
Esperamos que las películas de la segunda jornada nos quiten este mal sabor de boca.