Festival de San Sebastián 2016. En clave de thriller.

El hombre de las mil caras: el rey en un mundo de caraduras

Imagino que los acreditados extranjeros, y aquellos patrios lo suficientemente jóvenes como para no recordar el «machaque» mediático al que se nos expuso en los días  que desayunábamos, comíamos y cenábamos con el Caso Roldán, habrán asistido con cierta sensación de incredulidad al pase de El hombre de las mil caras. Fueron días en los que descubrimos que uno de los cargos más importantes dentro de la estructura del Ministerio del Interior, con lo que eso implica en lo que a la estructura de un Estado se refiere, no era más que humo bien vendido y recordamos su caida, huida y detención son uno de los bochornos más importantes de una nuestra supuestamente madura democracia.

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Sentarse en el cine y ver como arrastó a dos ministros del Interior, mediante  malavares y juegos de trilero de un Francisco Paesa que no tenía ya nada más que perder, deja en evidencia que no solo en la política municipal se toman las decisiones jugando a los chinos. Lo que en cualquier país del entorno daría para una película ácida y negra, un thriller de manipulación y juegos de poder, aquí solo se entiende con el aire de opereta que Alberto Rodríguez y Manuel Cobos, guionistas, le han dado al trabajo periodístico de Manuel Cerdán.

Con un ritmo ágil, la película explica un episodio muy concreto del Caso Roldán: cómo se desarrolló su relación con Paesa para salvar su patrimonio y, en última instancia, para salvar el pellejo. La película encuentra en todo momento (esta sí) el ritmo que necesita. El montaje, del que es responsable de nuevo José M. G. Moyano, juega al gato y al ratón con los personajes y con el espectador. Y en ese juego del escondite vuelve a ser fundamental la fotografía de Alex Catalán, quien ya fuera premiado en el Festival por su trabajo en La isla mínima. El trabajo de Catalán ilumina sutilmente las sombras, y es más compacto que su anterior colaboración con Alberto Rodríguez, en el que la propia historia le permitía integrar la naturaleza como un personaje más. El hombre de las mil caras es un trabajo que requiere cemento y despachos cerrados. Y no podía faltar Julio de la Rosa, el compositor de la sobria partitura de La isla mínima, en este caso utiliza un estilo más rockero, que encaja perfectamente con las imágenes de la película.

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En cuanto a los actores, destacar a un brillante Eduard Fernández, quien no solo ha eliminado de un plumazo los temores sobre su idoneidad para el papel, sino que aporta al personaje un aire burlón de esas personas que parecen saber más de tu vida que tú mismo. Bien secundado por el resto del reparto, en el que destaca Carlos Santos (como Luis Roldan).

El hombre de las mil caras es una buena película que, si bien no llega al nivel de su predecesora, entretiene sin entrar en juicios de ningún tipo. Unicamente quienes buscan una nueva La Isla Mínima, o los que busquen un análisis pseudopolítico, pueden verse decepcionados

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