Día 1: Wim Wenders inaugura la 65ª edición del Festival de San Sebastián con una película que no encuentra el tono en ningún momento.
‘Inmersión’ no ha convencido en el pase inaugural de esta edición del festival donostiarra. Una película que quiere cubrir demasiados temas y que acaba resultando superficial.
En ocasiones decimos que un «Fulanito menor, es mejor que cualquier director medio». Uno de esos lugares comunes que visitamos con cierta frecuencia (sobre todo en redes sociales) quienes, de vez en cuando, escribimos sobre cine. De falsear dicha afirmación se suelen encargar grandes directores que, cuando fallan, lo suelen hacer de una forma muy poco disimulada.
Es el caso de Wim Wenders y su ‘Inmersión‘. Es posible que no se haya querido abordar la historia como una película romántica. De ahí que la historia de Danny y James, a pesar de tener un comienzo prometedor, caiga en la desidia a una velocidad un tanto alarmante. También parece probable que no haya querido plantearse como una historia de conflicto geopolítico con trasfondo religioso. Y, huyendo de la que hubiera podido ser su particular ‘Syriana‘ (Stephen Gaghan, 2005), Wenders acaba por dejar solo los cimientos de lo que podría ser una historia potente. Ya vista, sí. Pero con garra. No es el caso. De hecho, según avanza la película, nos quedamos con la impresión de que Wenders tenía claro sobre que no iba a tratar su película, pero no tanto dónde quería llevar al espectador.
Entre lo positivo y destacable de la película, por encima de todo y todos, James McAvoy. El actor parece ser quien tenía más claro donde quería llevar a su personaje. Una interpretación solvente (otra más) que marca la evolución del personaje de una manera clara. También es cierto que el suyo es el más agradecido de la película. El que avanza por terrenos previamente no transitados.
Todo lo contrario le sucede a Alicia Vikander. Su personaje tiene un arco argumental muy pequeño. Pasa de ser una científica inteligente y un poco resabida, a ser una científica inteligente un poco resabida y enamorada. Luego pasará a sentirse abandonada. Poco más. Sufrimos por ella desde la distancia, sin sentir el desgarro que parece querernos transmitir. Y aunque tiene momentos en los que nos deja pinceladas de la profesional con una meta definida que aparentemente es, que mantiene a raya a sus compañeros con cierta chispa dialéctica, acaba convertida en un personaje que deambula por la historia más pendiente del móvil que de la misión que le lleva a las profundidades del Atlántico.
Tampoco se aprovechan los personajes secundarios (que los hay y despiertan interés) que resultan totalmente planos. Sea porque el montaje no es acertado o porque el guion no profundizaba más, acabamos sintiendo que pase lo que les pase, todo nos va a dar un poco igual. Y esto resulta imperdonable para una historia como ‘Inmersión’. Tanto que, al final, el título nos parece una ironía.
Como nota al pie, apena no poder destacar el trabajo de Fernando Velázquez. Influido por la deriva general, su composición carece de una personalidad propia, como sí tenían otros trabajos anteriores.