[S. Oficial] El autor que nunca estuvo allí

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Martín Cuenca presenta una adaptación costumbrista y muy negra de la novela de Cercas. Thierry y Magimel salvan los muebles en La Douleur.

Según avanza el Festival dos cosas parecen quedar claro: el alto nivel del cine hispanoamericano en competición oficial y que el mejor cine francés se encuentra en las secciones paralelas.

Quienes hayan leído el relato El móvil, de Javier Cercas, son conscientes de que probablemente su lectura nos lleva menos tiempo que ver la película. Y no porque los 112 minutos que dura la cinta de Manuel Martín Cuenca alarguen un relato de manera innecesaria. Más bien al contrario: las imágenes completan el relato literario, aportándole detalle y algo más de consistencia argumental.

El autor es antes una relectura que una adaptación. Podría decirse que la novela era el esqueleto sobre el que el director almeriense ha añadido músculo y cerebro, convirtiendo la historia original en un guion desarrollado con ironía y una dosis de humor negro. A diferencia de lo que le sucede a Álvaro, el protagonista del relato, la película no se pierde en relatos que justifiquen su importancia. Desde una aparente sencillez, la película evoluciona sobre dos bases fundamentales y muy bien desarrolladas: los personajes y el relato que las propias imágenes elaboran.

Javier Gutiérrez da vida a ese escritor con muchas más ambición que imaginación. Una interpretación sobresaliente,  en la que el actor acierta de pleno dándole ese aire desvalido que opone a momentos de soberbia desmedida.  Muy bien arropado por Adelfa Calvo (sublime en su escena de karaoke), Tenoch Huerta, Adriana Paz y Antonio de la Torre quien, como suele suceder cuando no es el protagonista principal de la película, va robando en cuanta escena aparece.

Como ya hiciera en Caníbal, Martín Cuenca cuenta con Pau Esteve en la dirección de fotografía, que logra un trabajo más luminoso pero igualmente destacable. Como si de un texto se tratara, las sombras de los vecinos nos cuentan parte de la historia desde la blanca pared del patio interior. Ese patio en el que Álvaro se olvida de que para crear debe vivir.

En conjunto, la película es un relato costumbrista en la forma (la decoración del interior de la vivienda de cada uno de los vecinos), pero también en el fondo. En el personaje de Álvaro se muestra algo intrínsecamente arraigado en nuestra identidad social: la envidia, la vanidad.


Mucho menos entusiasmo nos ha provocado  La Douleur. Adaptando un capítulo autobiográfico de Marguerite Duras, la película usa y abusa de la voz en off, para relatar los meses de espera del marido detenido por los nazis. Una película que se pierde en sus intenciones de buscar belleza en la barbarie, con una fotografía pretendidamente preciosista, poco acorde con el lamento sempiterno de la narradora.

Mélanie Thierry logra en muchos momentos que pasemos por alto el mejunje narrativo en el que se va convirtiendo la película según avanza. En cualquier caso, salvo una escena en la que el personaje sale de ese ensimismamiento para mostrar todo el miedo y la rabia que ha ido acumulando, estamos ante una interpretación un tanto plana. Quizás se deba a que, por irónico que parezca, el suyo no es el mejor personaje: ese honor recae en Benoît Magimel. El actor defiende una interpretación que parece haber dejado mucho de sí misma en la sala de montaje (o quizás se trata del único personaje que logra interesar de verdad).

En conjunto, La Douleur, dirigida por Emmanuel Finkiel no convence ni sorprende.

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