En el año 2003, Naomi Kawase presentó Sharasojyu (Shara) en el Festival de Cannes. Su primera participación en la sección oficial del certamen francés es una nueva incursión de Kawase en la ficción y significa un nuevo estudio de la pérdida. En esta ocasión, la realizadora explora el dolor de una familia por la pérdida de uno de sus miembros más jóvenes. La aflicción no expresada, el sentimiento de culpa, etc. Todo es diseccionado por la directora, quien se reserva un papel fundamental en la cinta.
Sharasojyu (Shara) (2003)
Como ya hiciera en Moe no suzaku (1997), Kawase relata un abandono. Accidental o premeditado, quien aguarda un regreso lo vive como lo que es: un abandono. En esta ocasión, el de un hijo, un hermano. Al contrario de lo que suele relatar en sus documentales autobiográficos, en los que la ausencia es protagonista (se echa en falta a alguien que nunca estuvo allí o a quien apenas recordamos), en Sharasojyu la ausencia además de emocional, es física.
Un niño (Shun) que corre tras su hermano gemelo (Kei) por las calles de su barrio. Un niño (Shun) que ve como su hermano gemelo (Kei) da la vuelta a una esquina. Y cuando llega él… Su hermano ha desaparecido. El espectador que seguía a Shun, experimenta la sorpresa y desazón del niño. En la escena inicial, Kawase presenta pues un relato inocente y festivo que es bruscamente interrumpido por la desaparición de Kei.
Kawase no utiliza la desaparición del pequeño para iniciar un relato detectivesco. Deja el foco en la familia y en como esta afronta la pérdida. Como ya hemos comentado en otros artículos de este especial, pocos directores filman la ausencia como ella. Un hogar en el que aparentemente todo sigue igual pero cuya rutina se ve alterada y transformada radicalmente. Se evitan las muestras de dolor, pero es el dolor el que ocupa el espacio que antes perteneciera a Kei.
A pesar de ese sempiterno luto, Kawase nos muestra como continúa la vida de esa familia. Tras la escena inicial, la de la desaparición de Kei, la película avanza unos cinco años. La madre (Reiko), a quien da vida la propia directora, está embarazada. El padre es uno de los organizadores del Festival de su ciudad. Shun experimenta su primer romance adolescente. Es él, sin embargo, el personaje que parece más lastrado por la ausencia de Kei. Pero logra canalizar su pena y su frustración, plasmándolos en la pintura. El arte como búsqueda de la cura. Porque él era el que perseguía a su hermano, él era el que lo perdió.
En la tercera y última parte de la película, asistimos al parto de Reiko, quien da a luz rodeada de su familia. Otra vez, la mirada atónita y desconcertada de Shun. Pero en esta ocasión, al contrario que al inicio de la película, es por la llegada de una nueva vida. En cierta manera, el espectador sabe, como también sabe Shun, que ese niño le seguirá a él, como el mayor, de la forma que él seguía a Kei. En cierto sentido, la vida continua pero nunca será la misma para ninguno de los miembros de la familia.
Sharasojyu reafirma los puntos fuertes de los recursos estilísticos de Kawase y, a través de su epílogo, abre una nueva etapa: la que se centrará en la maternidad.
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