Foto: Ibai Zabala (Goiena)
Robert Pattinson llevará siempre asociado a Edward Cullen. Cuando se haya paseado por cuanto certamen internacional existe y haya dado vida a complejos personajes, todavía le llamaremos «el de Crepúsculo». Él lo sabe, como sabe también que muchas/-os de quienes se desgañitaban frente al María Cristina para llamar su atención, sufrirán en el visionado de su nueva película. Pero nunca tanto como Pia Tjelta en Blind Spot.
High Life: incluso en el espacio somos un número más
Cuando revisa la película Blade Runner, uno tiene la sensación de que la obra de Ridley Scott, con su mugre y su oscuridad, acierta de lleno en la visión del futuro que nos espera. En esa sociedad, sería muy fácil seleccionar a un grupo de personas con problemas legales y enviarlos al espacio. Son criminales, ¿que más dará lo que les pase? ¡Ellos se lo han buscado! Desde el punto de vista de quienes les ven partir, esa puede ser la impresión. Claire Denis decide embarcarnos en esa nave y compartir viaje con esa gente. Y eso empieza a resultar incómodo. Y, posiblemente, incomodidad es lo lo que nos provoca la película.
Criminales embarcados en una misión suicida, de la que no se espera que salgan con vida. En la nave, la autoridad es una científica pirada, Juliette Binoche, que realiza experimentos reproductivos. Y que en sus ratos libres nos proporciona algunas de las imágenes más perturbadoras de la Sección Oficial. Existe mucha literatura sobre los efectos del aislamiento en la psique humana. Por ello, cuando la película nos muestra el comportamiento violento nos sorprenden menos que los momentos de ternura de Pattinson con su hija.
High Life persigue nuestra reacción. Puede entusiasmar, provocar rechazo pero nunca indiferencia. En ella, un Pattinson visceral, alejado no ya del personaje que le diera la fama, sino también del joven que no paraba de jugar son su flequillo en la rueda de prensa de la película en el Festival, realiza una excelsa interpretación. Claire Denis no buscaba una película de ciencia ficción al uso. En muchas cosas, su estructura no difiere tanto de el Los Canallas, por ejemplo. Su dirección, algo brusca, no busca sorprendernos, busca atraparnos.
In fabric: lady in red
Peter Strickland llegaba al Festival como la posibilidad de ver un cine más personal. Cuando en los créditos iniciales apareció Ben Wheatley (High Rise, 2015), estuvimos seguros de que así sería. In fabric utiliza el periodo de rebajas, la compra compulsiva y la obsesión con el propio cuerpo para construir un relato provocador, cómico por momentos y de terror en otros, sobre un vestido asesino.
El vestido, los grandes almacenes con apariencia de casa de películas de terror por fuera y de tienda de rancio abolengo por dentro, el dueño con aspecto de ser compañero de farra de Nosferatu, unas dependientas vestidas de negro y pelucones… Con todo ello, Strickland construye un cuento con el que nos saca las vergüenzas. Destapando la vanidad como el elemento constructor (de imperios de la moda) y deconstructor (de nuestra relación con nosotros mismos y con los demás).
Un relato episódico, en el que el vestido va pasando de mano en mano, convirtiéndose en un asesino en serie. Ha sido una de las mejores propuestas de esta edición del Festival.