
Presentada dentro de la Sección Orizzonti del último Festival de Venecia, la obra de Theo Court va más allá del relato de barbarie, o del de una obsesión, y reflexiona sobre lo engañoso de una imagen. Sobre quién compone el relato y quien lo traiciona.
Premio a la Mejor Dirección y Premio FIPRESCI (Sección Orizzonti)
Al principio de la obra de teatro Exit, tres amigos se reunían para comprobar, analizar y criticar la adquisición, por parte de uno de ellos, de un «cuadro blanco sobre un fondo blanco». Un lienzo desnudo, vamos. Lo que empezaba como una comedia, desembocaba en el análisis del consumismo, de la necesidad individual de competir y ganar (incluso a los amigos). Pero también ponía de manifiesto la aversión a lo desconocido, a ese lienzo en blanco en el que no hay nada y cabe todo. Y, de una forma más sutil, pero igualmente presente, el miedo a que nuestra interpretación de ese cuadro (blanco sobre fondo blanco) ponga en evidencia nuestras filias, fobias, carencias y afinidades.
En la película de Theo Court, Pedro (Alfredo Castro) se ve a sí mismo por encima de esos temores, porque es el pintor. El creador del lienzo. Aquel que sabe de forma inequívoca cuál es su significado y ostenta la potestad de divulgarlo. O no. Como fotógrafo también va más allá de «plasmar la realidad». La crea, la compone y la moldea, adaptándola a lo que él quiere ver, para que la imagen resultante sea la proyección de su deseo y no un retrato real. La fragilidad de la imagen como verdad. Y del fotógrafo como defensor de esa verdad.

El blanco de la nieve de Tierra de Fuego, el blanco de la piel joven (casi infantil) de la prometida del terrateniente. Pero también el blanco color de piel de quien viene a conquistar mediante el saqueo y el asesinato las tierras que anhela poseer. El blanco como símbolo de la pureza y como fogonazo del deseo. Blanco en blanco para, capa tras capa, construir un relato en el que la sensualidad y la humanidad más nauseabunda se alternan en la distorsión de lo sucedido. El texto de Theo Court y Samuel M. Delgado nos invita a disociar lo que vemos de lo qué significa lo que vemos. A esforzarnos en ir más allá en el cometido de cada imagen y ver más allá de la composición. Un guion rico que, sin embargo, no apabulla al espectador. Que le permite aproximarse a las sensaciones que le produce lo que ve, antes que someterle al dictado de lo que Court desea transmitirle.
Porque Court y su director de fotografía, José Ángel Alayón, traducen perfectamente en imágenes lo que el texto pretende evocar. Más que huir de la posición del «pintor» la asumen, nos guían y nos permiten ahondar en cada imagen y en su sentido. Técnicamente, Blanco en Blanco es poderosa y áspera. Sin permitir que nos cobijemos en la pureza de la niña-novia, ni en las amplias extensiones de tierras cubiertas de nieve. El blanco es, a ojos del conquistador, una invitación a tomar posesión de algo que no le pertenece. Alayón transmite todo eso con los blancos, pero también con las sombras en las que envuelve a los personajes, que preludian lo siniestro que está por llegar. Mención especial aquí a la banda sonora, de Jonay Armas. Intimista y huyendo de preciosismos épicos, envuelve el relato en sus momentos más áridos sin ahogarlo.

Para que todo resulte en un conjunto inquietante se necesita la presencia de un protagonista que solo con su presencia desmienta a la imagen como elemento único y verdadero. Alfredo Castro es ese tipo de actor y realiza un trabajo tan complicado como portentoso al meterse en la piel de ese Pedro, a través de cuyos ojos vemos como se transforma cada imagen desde lo que él percibe a lo que desea. Un papel contenido y genialmente resuelto.
Blanco en blanco parte de la conquista íntima a la de un territorio hostil (para quien no es su legítimo propietario, claro está). De la imagen de alcoba a la de una planicie usurpada. De la representación de la sensualidad femenina impuesta por el deseo masculino, a la virilidad orquestada del soldado victorioso. Al final, la película deja claro que no solo la belleza está en el ojo de quien mira. Lo terrible, es la intención tras esa mirada.
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