[68 SSIFF] séptima jornada: y entonces llegó Naomi

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Cuando un director o directora me gusta mucho (pero mucho… de los que están en el grupo de favoritos), suelo entrar nerviosa al estreno de sus nuevos proyectos. Nervios que no siempre derivan en satisfacción, como ha pasado con la nueva película de Naomi Kawase. Pero antes de explorar lo último de la realizadora nipona, hablemos de Wu Hai.

Wu Hai: no me chilles que no te veo

La segunda película del realizador chino Zhou Ziyang apunta a convertirse en la mejor cinta asiática de la competición oficial. Con una puesta en escena atractiva compensa su atolondrado relato, que alterna momentos de una belleza subyugante con otros de montaje entrecortado que no favorecen a la continuidad de la historia. Y aunque si bien la historia se presta a tener un ritmo trepidante, la sensación final es que el espectador no logra captar la totalidad de lo que se plantea. Pero si el montaje puede ser su punto débil, donde la película sale fortalecida es en el trabajo actoral, donde destaca el trabajo de Huang Xuan, y en la dirección fotográfica de Matthias Delvaux.

Al contrario de lo que sucede en otras ocasiones, aquí hubiéramos preferido algo más de pausa, pero la creciente tensión entre los personajes, sus engaños y sus confrontaciones logran mantener el interés del espectador, hasta un desenlace que, puede resultar truculento. Cuando al salir del cine descubres que está basado en hechos reales, caes en la cuenta que la realidad vuelve a superar a la ficción.

True mothers: un fallido análisis de la maternidad

Vuelve Kawase a plantear cuestiones sobre la maternidad. En este caso, el verdadero sentido de la maternidad cuando se trata de una adopción: la maternidad biológica contrapuesta con la educación y el cuidado del hijo. Un planteamiento interesante, rico en matices, pero que Kawase ahoga con un guion reiterativo y con escenas excesivamente alargadas. Los momentos en los que la cámara capta la naturaleza, que en otras películas de la realizadora funcionan como una forma de dar pausa al relato, en esta ocasión parecen más mecánicos, forzados. En cualquier caso, con la belleza del material con el que cuenta la película, es probable que la película haya sufrido tras su pase por la sala de montaje.

La serenidad habitual del cine de Kawase aquí parece algo impostado. Es posible que, intentando no caer en los errores que lastraban Vision, la realizadora decidiera darle más brío al relato, pero este queda descompensado, con un final reiterativo que intenta jugar con el misterio pero no logra dar con con la tecla que necesitaba. Puede que lo que nos falte en True Mothers es una apuesta rotunda por las que son las señas de identidad del cine de Kawase.

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