El Festival ha inaugurado su 69ª edición con una película que arrastraba cierto aura de maldita. También hemos podido asistir a la desconcertante nueva propuesta de Lucile Hadzihalilovic.

“One second”: el cine como elemento de una revolución
El anuncio de que la película inaugural del Zinemaldia de este año era“One second”, de Zhang Yimou, generó ciertas dudas. Se trataba de una película de 2019, que había tenido problemas con la censura china. Con un montaje que ahora sí ha sido admitido por el gobierno de Pekín, la película utiliza una historia de ladronzuelos y convictos fugados para adentrarse en la revolución cultural.
El comienzo de “One second” es una casi una comedia en la que ladrón roba a ladrón. Un preso que se ha escapado de un campo de trabajo y una chica que desea hacerse con una bobina de una película, se persiguen y se roban mutuamente. Hasta que llegan a la localidad en la que se ha de proyectar la película de la que ella ha robado el rollo y que el convicto trata de recuperar por el valor sentimental que tiene para él su contenido. Una primera parte ligera, ágil, que sucede en áridos desiertos chinos.
A partir de ahí, la proyección de la película tiene varias lecturas e interpretaciones, todas ellas servidas por el propio realizador. El cine como elemento de propaganda, como punto de reunión de todo un pueblo, como mecanismo de poder. La proyección de la cinta “Hijos heroicos” no es una decisión casual: se adoctrina al pueblo a través de las imágenes que reviven el primer combate en el extranjero del ejército chino después de la fundación de la nueva China. Una exaltación patriótica y de los valores que se pretenden fomentar en la Revolución Cultural a la que todo el mundo asiste feliz por dejar atrás durante unas horas sus miserias.

Mientras dura la proyección, los protagonistas se encuentran con todo tipo de personajes, que no dejan de ser el embrión de toda una sociedad: el agente cultural que pretende salvar su puesto y su estatus; la policía que no duda en ejercer cuanta fuerz sea necesaria para detener al fugado (en un equilibrado combate de uno contra diez); la pandilla de pequeños acosadores, etc. Todo ello mientras todos arriman el hombro para poder salvar una proyección que está en peligro buena parte de la película. Zhang Yimou nos deja detalles sin poner el acento en ninguno, pero queda claro su mensaje: el cine puede ser sanador, pero también una herramienta peligrosa.
Una vez más, el realizador hace gala de su sensibilidad visual. Ya sea en exteriores, cuando el desierto es el protagonista, o dentro del salón que ha de hacer de cine improvisado. El acercamiento a los personajes, inquieto durante en casi toda la película, contrasta con las escenas en las que el director abre el plano y permite que el espectador detecte detalles, miradas y juegos de luces muy logrados.
En conclusión, la inauguración de este año sube el nivel de otras inauguraciones, pero no alcanza los niveles de excelencia de otras películas de Zhang Yimou. Pero aún así, el resultado es lo suficientemente satisfactorio como para empezar con buen pie el Festival.
“Earwig”: Lucile Hadzihalilovic convence en lo formal, pero flojea en el relato
Por establecer una analogía rápida: el camino que ha seguido Lucile Hadzihalilovic desde “Evolution” a “Earwing” es en sentido contrario al recorrido por Julia Ducornau de “Crudo” a “Titane”. Salvando todas las distancias y con cautela. Pero si “Crudo” era una película tan impactante en lo visual como lo es la reciente Palma de Oro, “Titane” es más redonda que su predecesora en lo que a guión se refiere. Sin embargo, en “Earwig” Hadzihalilovic mantiene un trabajo de cámara y un planteamiento visual tan bien planificado y elaborado como en “Evolution”, pero la historia, que puede resultar innecesariamente enrevesada, no acaba de funcionar.

“Earwig” es una película oscura. En su planteamiento, en su desarrollo y en su resultado final. Con una historia que no pretende en ningún momento acompañar al espectador. De hecho, el espectador se pierde y cuando llega al final no sabe muy mal por dónde ha pasado o dónde ha llegado. En el camino, personajes siniestros que apenas ven la luz del Sol. Y que cuando abandonan esa casa angustiosa lo hacen en días grises. Personajes que gravitan en torno a una niña con dientes de cristal, pero cuyo desarrollo es más importante que el de la pequeña. Personajes que no se reconocen a sí mismos, que al reflejarse en alguna superficie ven a otro personaje. incluso personajes duplicados. La enfermedad y el malestar como centro de todo. No hay personaje que no esté afligido por algún tipo de dolor: el de la enfermedad física, la mental o el que le provocan los demás.

Con tanto dolor y en esa semioscuridad casi perenne, el relato no lineal nos abre múltiples posibilidades. Tantas como dudas: ¿coincide el número de personajes con el de personalidades? ¿Es la enfermedad una manifestación física de algún trastorno psíquico? Hadzihalilovic no desea responder a todas las cuestiones que plantea. Y el espectador siente que no le han dado todas las piezas para montar el puzzle. Como sucede en los sueños: pueden no ser lógicos y resultar aterradores. A lo mejor “Earwig” es un sueño. Pero nunca sabremos de quién. Y esto puede resultar un tanto frustante.