Dos películas sobre investigaciones policiales. La francesa centrada en el tráfico de droga, y la china en asesinos. Ninguna de las dos ha acabado de convencer.

“Fire on the Plain”: interesante debut de Zhang Ji
La película de Zhang Ji nos lleva a la China de 1997. Alejada de las grandes urbes y en pleno desmantelamiento de fábricas y factorías, aparece la siniestra figura de un asesino en serie, cuyas víctimas son taxistas de la ciudad. Alrededor de esta premisa giran otros componentes igualmente importantes: la degradación del entorno social, las difíciles relaciones familiares, etc. Todo ello va conformando la primera parte de la película en la que la acción sucede a buen ritmo, pero no deja de llegarnos información, sin excesos, de los diferentes vínculos que se establecen entre los personajes.

En esa primera mitad, la película reúne todos sus méritos cinematográficos. Un enérgico montaje y una buena fotografía secundan los momentos más brillantes del guión. La película funciona sin necesidad de jugar con el espectador. Tras un suceso que da un inesperado giro a la historia y una elipsis de ochos años, nos adentramos en la segunda mitad. Se reordenan las piezas y seguimos jugando. Pero ha cambiado el tablero: la película ha cerrado vías por las que avanzar y ha abierto otras que, a pesar de que le permiten continuar, no lo hacen con la brillantez de la primera parte.
A Zhang Ji le tiembla el pulso a la hora de cerrar la película. De hecho, antes del final hay dos cierres en falso, algo que cinematográficamente no aporta demasiado y que debilita la resolución de la cinta. A pesar de que durante estos días se menciona “Memories of murder” en cuanto se habla de esta “Fire on the plain”, la película queda bastante lejos de la excelente película de Bong Joon-ho. Y esto se debe a que se traiciona a sí misma. Lo que comienza siendo un thriller solvente naufraga entre dudas e indecisión.
“Enquête sur un Scandale d’Etat”: cuando el olor a podrido sale del Estado
El drama francés “Enquête sur un Scandale d’Etat”, dirigido por Thierry de Peretti, se decanta por una de esas historias que tan bien han funcionado en el cine: la de los infiltrados. Y en esta ocasión, la de un infiltrado que decide tirar de la manta. Hubert Avoine (Antoine en la película), apunta a Jacques Billard, alto cargo policial bien asentado políticamente que debería idear la forma de poner fin al narcotráfico y que, sin embargo, muestra una permisividad inaudita. Roschdy Zem, en otra buena interpretación, da vida al inquieto y turbio infiltrado. Mientras que Vincent Lindon da vida a Billard. Ambos solventes, se echa en falta ver algo más a Lindon en pantalla.

La película juega a ser un thriller al que se une la investigación periodística, pero se pierde abriendo subhistorias que no aportan para la importancia que se les da. Todo esto desemboca en un guion algo confuso que se fía demasiado de la memoria del espectador, que suficiente tiene con seleccionar qué información es necesaria y cuál no. Y, a pesar de no entrar en simplificaciones como la de inferir al personaje de Lindon una maldad villanesca innecesaria, se centra más en los hechos que en los personajes y estos pierden entidad según avanza el metraje.
Nota mental: muy comentada, por certera, la pequeña explicación del contraterrorismo español de los ochenta. Claro, la película es francesa.