La patria (no) es un invento

el

‘La verdadera patria del hombre es la infancia’.

Kids movies

Dice Martín (con P de padre) que la patria es un invento pero yo, por una vez en la vida, no le voy a creer.

Prefiero pensar, como Delibes, que la patria es la infancia, ese territorio inhóspito donde (casi) todo está permitido y (absolutamente) todo por hacer. Como un torno repleto de arcilla húmeda, blanda, dúctil. Arcilla maleable a nuestro antojo y cómplice de nuestras ganas.

La infancia es el esbozo y el destello de lo que seremos. La infancia es el principio de una larga conversación para la que ‘sólo’ –como si fuera fácil- hay que encontrar con quien hablar.

–    ¡Me ha encantado, abuelo!

Esa frase -aparentemente sencilla, directa, sincera, entusiasta y simple- estaba tan cargada de intención y buen gusto que me hizo admirar a generaciones pasadas y que me relamiera ante generaciones futuras. Cuatro palabras hicieron que recuperara la fe en las cosas que importan. Perdón, en las cosas que ME importan.

Os pongo en situación.

Martes. 20.15h. Invierno. Sala de cine. Versión original. Blanco y negro. Los de siempre en nuestras marcas dispuestos a sumergirnos en los años 40. Y, cuando Humphrey Bogart y Lauren Bacall estaban esperando su turno para aparecer en pantalla, entró en la sala un matrimonio de los que peinan canas acompañados por sus tres nietos.

Como quien encuentra la suerte sin haberla buscado, tuve el placer de estar sentada a tan sólo dos asientos de ellos.

La conversación entre abuelo y nietos se prolongó tanto como las luces tardaron en apagarse. Tiempo más que suficiente para que yo, desde el escondite que me proporcionaba mi butaca, recuperara mi patria.

La recuperé en el exacto momento en el que me enseñaron que no existen explicaciones difíciles para las palabras amables y oídos atentos; que no hay curiosidad que se resista al mimo y a la delicadeza; que un niño también es capaz de entender qué es y dónde está La Martinica, que sólo hay que buscar las palabras y el tono adecuado; recuperé mi patria cuando supe que el cine, como el amor, no tiene edad si está bien hecho.

100 minutos y una de las escenas más famosas de la historia del cine después, vino LA frase.

Ahora sí, disfrutadla: ¡Abuelo, me ha encantado! dijo un niño de unos ocho años al ver ‘Tener o no tener’ por primera vez en pantalla (tanto grande como pequeña), con las voces originales y unos cartelitos que le echaban un cable a la hora de entender idiomas desconocidos (¡qué avance! debió pensar, sin fobias, sin manías, siendo capaz de leer, ver y apreciar al mismo tiempo) ¡MAGIA!

No creo en las películas para niños sino en los niños bien preparados. Si eres capaz de comunicarte con ellos, de convertir la vida en cuentos que van más allá de cerditos, niñas y abuelas, si eres capaz de ponerte a su altura y tutearles, si tienes la suerte de llegar a hablar su idioma, conseguirás que aprecien todo lo que tú, como adulto, sepas enseñarles a querer y eso, caballeros, no es tarea fácil.

Mi patria se mece en las faldas de una mesa camilla y se calienta al refugio de un brasero. Mi patria son esos VHS que cobijaron decenas de películas y aventuras que van desde historias interminables a historias finitas, que se quedaron ahí, entre la merienda y los deberes. Mi patria son las deudas paternales que se reducen a entrar en el Cinema Paradiso de la mano, son las ‘migas, migas de pan’ que tiré con mi madre sin necesidad de pisar Londres, es el ahorro calculado en pesetas que me abrió las puertas del ‘Hakuna Matata’, son mis amigos -esos con los que comparto apellidos-  con los que descubrí el valor de la amistad gracias a Los Goonies, la honra gracias a La princesa prometida y el valor gracias a Willow. Mi patria viaja a lomos de un Delorean y descubre parques jurásicos nacidos de la resina, mi patria es De Sica y su lección de vida: las bicicletas no se roban.

Creo firmemente en la idea de que un niño puede disfrutar del silencio gracias a Chaplin, que puede ejercitar la carcajada con Keaton y que los colores los disfrutará en la paleta de Miyazaki; creo que sabrá el valor de los regalos al descubrir el que nos hizo Scorsese con nombre de niño; creo que será capaz de adentrarse en la sensibilidad de la mano de Koreeda y, cuando llegue el momento, conocer el precio de la sangre al toparse con Coppola; creo que los niños descubren la velocidad cabalgando por galaxias (muy muy) lejanas y la complicidad al conocer a Doinel y sus aventuras; creo que probarán la injusticia al sorprenderse cuando vean a Buda explotar avergonzado y cómo no, esos niños conocerán todas las caras que tiene el amor.

¡Todo a su tiempo!

Para educar no hay que tener prisa pero sí tiempo y paciencia y destreza y temple y ganas pero por encima de todo hay que tener pasión, porque como dice el secretos de sus ojos, ‘se puede cambiar de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios, pero hay una cosa que no puede cambiar, no se puede cambiar de pasión’.

Toto 2

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