Festival de San Sebastián 2016. Nocturama (o la película que justifica un Festival)

Nocturama: Bonello nos hace pensar

Posiblemente sea la película de este Festival. Por calidad, temática, planteamiento visual y polémica suscitada. La película debería haberse proyectado como parte de la Sección Oficial del último Festival de Cannes. Pero los actos terroristas sucedidos en Francia en primavera obligaron a su salida de la competición. San Sebastián ha acogido la obra de Bonello y la polémica ha entrado en competición. Posiblemente, visto lo aséptico que es el relato de Bonello, era el efecto buscado.

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Bonello plantea un relato a dos voces: el visual y el desarrollo del guion. Son dos caras de la misma moneda, porque no se trata de imágenes al servicio de personajes o de una narración. Bonello utiliza las imágenes para que, de alguna manera, nos complementen la exposición que hace mediante diálogos y situaciones. La importancia de lo visual y su intrarrelato es fundamental para comprender a unos personajes que no nos han sido introducidos. Bonello evita las presentaciones al uso, y nos sube al metro con unos desconocidos. Gente que no conocemos y que no se conocen entre ellos. Lo cotidiano no se transforma en una anomalía, al menos en el prólogo. Cuando nos damos cuenta de lo que está pasando, cuando asistimos a la colocación de explosivos, y a las carreras para huir de las escenas del crimen, lo cotidiano se convierte en grotesco.

El grupo de jóvenes que protagoniza la película representan distintas clases sociales y procedencias. Lo que pudiera ser interpretado, en un primer análisis, como una acto de cobardía del guionista, nos lleva a una reflexión que, no por ya conocida, deja de ser importante: la violencia no surge únicamente de aquellos grupos que denominamos «marginales». El sinsentido de esos actos terroristas no se justifica con la ignorancia de quienes los comenten, se explicará más como el resultado de una generación tan ensimismada que no es capaz de ver los efectos en plano general hasta que es demasiado tarde. Un mensaje desolador. Y trágicamente real.

En la película no hay líderes religiosos empujando al sacrificio, no hay un pensamiento único que lleve a los protagonistas a hacer lo que hacen. Es fácil imaginarlos en las jornadas previas a las explosiones, plenamente convencidos de que no había alternativa, que alguien debía actuar porque esta sociedad se va a la mierda. Jueces y jurado que deciden actuar. Y que la magnitud de sus acciones solo comienza a hacérseles insoportables cuando ven la reacción a través de una pantalla de plasma. Pero la película tampoco se queda en un no sabían lo que hacían. Sí lo sabían. Lo que cambia es la forma de digerir las consecuencias.

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La mayor parte de la cinta sucede en unos grandes almacenes en los que se ocultan los protagonistas. Cada escena tiene un peso específico brutal e inciden en la idea de que lo actos extraordinarios son llevados a cabo por gente ordinaria. Bonello juega con lo fantasmagórico de unos grandes almacenes cerrados, de noche. Los convierte en una casa del terror, habitada por fantasmas que no son aún conscientes de serlo. I did it my way canta uno de los jóvenes cuando la sección de TV-Audio les muestra la realidad de su débil sentiemiento de seguridad dentro del edificio.

El desenlace no contesta a todas las preguntas que el espectador ha ido acumulando. Pero esto es también otro bocado de triste realidad que Bonello nos da para que le demos vueltas y saquemos conclusiones. No hay buenos/malos. No estamos ante una historia del léjano oeste llevada a las calles de París. Hay actos y consecuancias, y en este tablero cada peón tiene su valor y obsolescencia. El problema es que no todos conocen cuál es la reina por la que se están sacrificando. Y Bonello nos deja con dudas hasta a los espectadores que estamos siguiendo la partida.

Compleja, hipnótica. Nocturama justifica la asistencia a un Festival.

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