Entre las proyecciones del Festival que se pueden ver estos días en Palma, se encuentra la película de Tea Lindeburg. Merecedora de la Concha de Plata a la Mejor Dirección y la Concha de Plata a la mejor interpretación protagonista (ex-aequo), la película subraya, una vez más, lo pernicioso de las creencias religiosas llevadas al extremo.

En la casi hora y media de duración de la ópera prima de Tea Lindeburg, la mirada de Flora Ofelia Hofmann Lindahl (Lise) evoluciona desde la de la joven risueña del principio, primogénita de una familia rural en la Dinamarca del siglo XIX, al de la casi adulta del final. Una joven cuya s una entrada en la madurez no tiene el paso previo de la adolescencia. La Lise del principio, aporta la luz y la frescura a un hogar en el que abundan los rostros serios, los vestidos negros y los malos augurios en torno al embarazo de la madre y señora de la casa.
Un lugar en el que el «Dios proveerá» tiene más peso e importancia que la opinión de un médico y, por supuesto que la de la una comadrona. La religión como base de toda relación y reacción, que hace que, llegado el momento del parto, la película se convierta en un relato de terror.

Religión, visiones, confiar más en la providencia que en el médico, todo de cada vez más presente y defendido con más fuerza a medida que sube el volumen de los gritos de dolor de la parturienta. Las referencias al cine de Dreyer son evidentes, pero la realizadora trata de adoptarlas como propias, combinándolas con escenas oníricas que nos dejan algunas de las escenas más hermosas de la película. Lindeburg nos muestra lo desastrosas que pueden ser las consecuencias de una fe que se poner por encima de la vida. Y lo hace ademas con un pretendido mensaje feminista.
Sin embargo, las escenas de sufrimiento de la madre se prolongan y se subraya la agonía de la mujer, pero con continuas interrupciones para que la historia se centre en algún secundario, normalmente un hermano de Lise. Está claro que vivimos la experiencia desde el punto de vista de Lise, pero lo cierto es que el ritmo de la película se resiente un poco con esas interrupciones.

En cuanto al mensaje feminista, resulta más una referencia explicativa que reivindicativa. Se basa principalmente en la figura de un padre que no ve con buenos ojos que su hija mayor vaya a estudiar, animada siempre por su madre. La figura de un padre que exige de los demás un comportamiento en el que él no da la talla. Una figura algo simplista que desluce lo bien construido que está el personaje de la protagonista.
Por último, destacar la fotografía de Marcel Zyskind. La tenue iluminación de las velas, las sombras que van haciendo acto de presencia según llega la noche y adquieren una textura viscosa que va apagando los ánimos, a medida que los gritos de la madre van tornándose más desesperados.